lunes, 9 de enero de 2012

Deliciosa...

Desde hace cuatro años tengo un restaurante en el Soho de Nueva York. La vida de una cocinera no es ningún cuento de hadas, no señor. Los lunes por la mañana a las 6.30 estoy en el puerto más cercano recogiendo el mejor pescado blanco para el Azza que es como se llama mi restaurante. En seguida, a las 7.30/8.00, estoy entrando por la puerta principal. A las 9.00, sin falta, estoy  probando las salsas con Jojo, mi chef saucier. Camila, mi souschef, es la encargada de planear la carta de cada día. Somos un pequeño restaurante en una esquina de la calle Houston, así que tampoco es que ofrezcamos sesenta platos al día pero... 
De los postres se encarga Sheila que hace unas tartas de manzana conocidas en todo Manhattan. La conoci en una pequeña pastelería de Beverly Hills, la tenían fregando el suelo. Bueno y el imprescindible es Pipo nuestro plongeur o cleaner como lo llaman aqui. A partir de la 13.00 la cocina empieza a llenarse de ideas porque Camila a puesto un plato que a mi no me parece que sea de lunes y Jojo dice que la salsa verde, que ahora no me acuerdo de cómo se llama, es demasiado fuerte para el asado... ¡Qué locura! Todo esto entrando los clientes por la puerta sin preguntar y sentándose en la primera banqueta que encuentran. Yo me pongo el uniforme corriendo y salgo a recibir al desamparado que venga a envenenarse con mis Canelones de vigilia...

Pero lo que me encanta de mi restaurante es el momento en el que un cliente, después de devorar tus macarrones con pollo y champiñones, te dice:

- Awesome Theresa, like always...

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