domingo, 29 de noviembre de 2015

Inevitable delirio

¿Y por qué iba a mentir? Te echo de menos. Como a nadie. Te echo muchísimo de menos y ni siquiera te lo puedo decir. No sé que es peor, el no poder decírtelo o el querer. 

¿Por qué soy así? Contradictoria y loca. ¿Cómo puedo estar aquí llorando como una imbécil porque quiero contarte todo lo que me está pasando? Porque quiero que me repitas que todo va a salir bien. Porque de repente quiero volver a contar contigo. Quizá es que soy una caprichosa, o que no sé lo que quiero. O que mi memoria prefiere no acordarse de las lágrimas de tristeza que llenaban mis noches durante la última primavera que pasamos juntos. Mi memoria prefiere torturarme con el recuerdo de tu compañía, con nuestros bailes, con nuestra canción, con tus iniciales rondándome la cabeza. Me hace escuchar tu voz en la boca de otros que hablan tu idioma. Le gusta que siga derramando lágrimas durante el invierno. Ella prefiere recordarme lo feliz que fui, me hace recordar el olor de tu ropa, y el sabor de tus besos. Es una maldita que está consiguiendo volverme loca. Ya no me deja ni soñar. Quiero que lo sepas. Te echo de menos. 





Espero que tú también. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

An 'opening horizons' story

     No era la primera vez que salía de casa, pero esta vez era la definitiva. Estuve un año estudiando en Boston pero entonces, sabía que tras los nueve meses del curso volvería a casa. Recuerdo estar haciendo la maleta y mirar la lista que había hecho para no olvidarme nada. Soy la típica que sin listas no se aclara, necesito hacer check en todos los puntos para salir tranquila. Mabel estaba haciendo la maleta conmigo, como siempre, nos íbamos juntas. Antes de subir al carro, mamá me agarró fuerte y me dio una carta en la que escribió qué tanto me amaba. Ella no hizo más que la escuela primaria. Es mi heroína. Mis padres llegaron de México en 1970, yo y mi hermana gemela nacimos en California, la sexta y séptima de mi familia. Veinte años después, nos habían aceptado en la universidad de Berkeley. 

Ya tenía la maleta, los papeles y el corazón lleno de emociones. Quería abrir mis horizontes y lo estaba consiguiendo. Fuimos manejando todo el camino hasta Berkeley. Al llegar a San Francisco, aparcamos en el distrito de Marina, para comer algo y descansar. Me quedé mirando hacía la bahía y pensé en todo lo que viviría a partir de ese momento. 

El primer año, vivimos en una de las residencias que facilita el colegio. Al siguiente curso teníamos una habitación en una de las casas del campus. Yo trabajaba todos los días para ir pagando poco a poco el colegio y ahorrar para el futuro. 

La primera vez que le vi, llegaba de la compra con un montón de bolsas. En la casa todos teníamos una tarea, él se ocupaba de la cocina y de que hubiera comida en la nevera. Me puse a ayudarlo y hablamos. Era de familia argentina y tenía un nombre alemán. Él se graduaba ese año y su novia también. En cuanto supe que estaba con alguien guardé las distancias, no quería estropear nada, no soy así. Se enteró de que me gustaba, porque él es así, lo sabe siempre todo, y un día cualquiera llamó a la puerta de mi habitación; yo estaba hablando con mi hermana gemela.

-¿Cuál de las dos es María?
-Yo, ¿qué pasa?
-¿Te vienes a dar un paseo conmigo?
- ¿Dónde está Gina?

Gina era su novia, unos meses antes habían estado peleando en la cocina.

-No lo sé, ¿vienes?

Desde aquel paseo, todo empezó. Al año siguiente yo me iba a Francia y él empezó a trabajar en una ciudad un poco más al sur de San Francisco, pensé que era el final de nuestros paseos. Pero a los cuatro meses se presentó en Burdeos con su maleta y ganas de recorrer Europa conmigo. Rentamos un carro y fuimos a Italia, al sur de Francia y a Suiza. Estuvimos en sitios maravillosos y empecé a darme cuenta de que quería pasar toda mi vida así, juntos. Cuando me gradué nos mudamos a Saratoga y estuvimos viviendo allí unos años. Después, nos instalamos en el distrito de Marina, desde donde yo diez años antes observaba la ciudad de Berkeley preguntándome qué sería de mi vida. 

Hoy, veinticuatro años después, miro a mis tres hijas y pienso que hice bien en querer abrir mis horizontes, en darle a la vida otra vuelta, en atreverme a vivir. No puedo estar más agradecida por aquel primer paseo, por aquellos primeros meses en Berkeley, por los viajes que hemos podido hacer juntos, por todo lo que nos queda por vivir. 



A una muy buena amiga. 

Little things

- Yo soy persona de calles estrechas, de conciertos en la calle. Soy más de salir a tomar un café después de una fructífera exposición de fotografía, soy persona de museos. Me gusta más oler la lluvia sobre el asfalto que sobre la hierba, me gustan los pasos de cebra y las luces de los carteles del cine. No sé qué es, supongo que soy más de ciudad que de campo. Prefiero el ruido que el silencio, necesito sentir que la vida sigue, no que está parada. Necesito hablar y conocer a gente nueva, necesito descubrir. Mirar por la ventana y no ver más que dos colibrís y una ardilla cargándose el jardín mientras el perro intenta cazarla, pues, qué quieres que te diga, no me inspira mucho. Prefiero coger el metro a las diez de la noche, pedir vino blanco con pizza y descubrir un grupo desconocido que toca el próximo viernes en el bar de la esquina.
-Entiendo... 
-No quiere decir que no me guste el campo. Respirar y no oír más que el ruido de las hojas meciéndose con el viento. Daría lo que fuera por vivir a media hora de la playa y poder sentarme a ver las olas desaparecer en la espuma del mar todos los días.
-Eso en San Francisco lo puedes hacer, con vino blanco y pizza después de un concierto en la calle. 
-Ya lo sé, es lo que estamos haciendo ahora, bobo. Ojalá vivir aquí. Pero, ¿me entiendes? A mí si me mandas a Montana, me has matado.
-Ja ja ja, sí, te entiendo. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

Crispy introspection

-¿Sabes que es lo que más echaba de menos al principio?

Estábamos en el In-n-Out devorando una hamburguesa. La luz entraba por la ventana que estaba justo detrás de ella. Quería sacarle una foto, pero no quería interrumpirla. 

-¿El qué?
-La libertad. Quiero decir, la independencia. La libertad de movimiento que puedes tener en cualquier gran ciudad de Europa, aquí no existe. ¿Te acuerdas de Berlín? Allí nos movimos todo el rato en bici... 
-Ya...Tienes ketchup en la nariz. Pero bueno, aquí, en cuanto tienes un coche puedes ir a cualquier sitio. 
-Claro, si tienes un coche. Es un rollo. Yo me acuerdo que para ir a la uni las primeras veces tuve que arreglármelas con el Caltrain y un par de buses cutrísimos. Es una vergüenza. Un poquito de consideración por los pobres que no tienen dinero para pagar la gasolina. 
-¿Me dejas hacerte una foto? Estás guapísima. 
-Eres bobo, pero como quieras, me encanta que me hagas fotos. 
-No, pues nada, no te la hago. 
-¡Que sí! te quiero bobón, me encantan tus fotos. Porfi, ahora quiero que me la hagas, de verdad. 

La verdad es que le habría hecho una foto todos los días. Siempre ríendose de todo y sin darse cuenta de la luz que proyecta su sonrisa. Recuerdo la primera vez que la vi. Estábamos en una conferencia en el edificio de Old Union, en el tercer piso. Llevaba una camisa azul, todas sus camisas son azules. Tenía el pelo largo y castaño, llevaba los labios pintados, siempre los lleva pintados. Yo no me atreví a hablarle aquella primera vez. Ella se reía y dirigía la conversación, hacía bromas sobre todo el mundo y justo después pedía perdón por si acaso alguien se había ofendido. 

-Que, ¿ya has hecho la foto?
-¿Eh?
-Andrew, ¿en qué estás pensando?
-En la vez aquella que bromeaste con que algún día llegaría a la luna. En Old Union, y yo traté de preguntarte algo en español. 
- Aquella vez fue la primera vez que hablamos, me acuerdo perfectamente. Yo estaba echa un lío en mi cabeza y no sabía qué sentir. ¿Has hecho la foto?
-No, no, espera... Ya, ya está. Estás guapísima. 
- Tú también. 
-¿No sabías qué sentir?
-Sí, no sabía que sentir, ya te lo he contado mil veces. Todo me daba vértigo, ya no creía en nada. Y de repente, ahí estabas tú, todo lo que jamás habría imaginado. ¿Ibas en chanclas, o soy yo que lo exagero todo?
-Ja ja ja, sí, iba en chanclas y con una camisa morada, con letras. 
-Sí, horrorosa, me acuerdo. Pues eso, me salvaste la vida, ya lo sabes. ¿Te vas a terminar las patatas? Creo que la peli empezaba a y veinte, ¿no, marido?
-No tengo ni idea, mujer, pero vamos. 
-Ja ja ja... Me como tus patatas entonces. 
- Sí, si, corre, pero vamos. 

Ella sí que me ha salvado la vida.