lunes, 23 de julio de 2018

del cielo al Cielo

Solía sentarse a eso de las cuatro y media a leer en el salón. Al rato, se preparaba un té con un par de trozos de queso y pan, si quedaba de la comida. Solía pasarse así dos o tres horas, mientras la tarde seguía su curso. A las siete y media, casi rozando las ocho, llegaba su nieta Marthe a cenar con ella, a prepararle la cena. Marthe era huérfana desde hacía un par de años. Un accidente de coche. Desde aquel día vivían juntas.

Cenaban juntas, y Solange le contaba a Marthe mil historias de sus veranos en el norte, de cómo recordaba lo poco que recordaba de la guerra. Decía que prefería olvidarlo todo. Hablaban del abuelo Thomas, de cómo era, de lo que estaría diciendo en aquel momento. Solange ya no dormía bien, a su edad, decía, queda tan poco de vida, que Dios se ocupa de mantenernos en vela para saber cuándo llega. Entonces, después de cenar, Solange cogía sus agujas y se ponía a hacer punto. Marthe se sentaba a leer a su lado hasta que se le cerraban los ojos y decidía que era momento de irse a la cama. 

A partir de las diez y media o así, Solange se quedaba sola en el salón de nuevo. En realidad, si le preguntases, te diría que no estaba sola. Era la hora a la que llega Thomas a casa, se sentaba con ella y se quedaban juntos, simplemente a estar el uno al lado del otro. A veces le besaba en la frente y le leía alguna página de su libro en alto, mientras ella cosía. Los momentos así, con Thomas a su lado, como siempre, como solían estar, eran los que hacían que Solange consiguiera conciliar el sueño, aunque fuera por unas horas. Cuando se le entrecerraban los ojos, Thomas se iba, solía hacerlo sin despedirse, porque sabía que siempre iba a volver. Entonces Solange preparaba el desayuno para Marthe y se acostaba. 

Llegó un día en que Thomas le dijo que por qué no se iba con él, que huyeran juntos. Solange pensó en Marthe, en que no quería dejarla sola. Pero a la vez necesitaba volver a estar con Thomas para siempre. Se acercó a la cama de Marthe, le besó en la frente y le dejó un diario suyo sobre la mesa. Allí encontraría historias que leer, historias que contar, y no se sentiría tan sola. 

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