jueves, 25 de julio de 2019

Devoción

Hoy he salido a misa de ocho andando. Se me ha vuelto a olvidar la bolsa de pan duro para dársela a Mari. Se compró un robot de cocina que lo raya todo la mar de bien. He cogido el atajillo que me enseñó Perico y he llegado más o menos. Me he sentado en el segundo banco y he terminado de rezar el rosario con Visi que había llegado a la hora para dirigir el rezo con todas. Al terminar, me ha contado que este año no viene su nieta en agosto porque se va a un festival de esos que ahora están de moda. Pobre Visi, últimamente está muy sola. Ha empezado la misa pero yo no he estado atenta ni un minuto, me he quedado mirando al Cristo de la Piedad que está colocado en el centro del retablo. Quieto, sufriendo pero tranquilo, callado pero presente, serio pero emanando amor, un amor incalculable. No he podido evitar asemejarlo a mi pobre Perico, quieto y callado en su cama, como un muerto viviente. Lleva así más de tres años, desde que ya no se puede mover del todo. Recuerdo los primeros días de la dichosa enfermedad. Se le caían las tazas, rompía todos los vasos y dejó de bajar a jugar a las tabas con los otros porque decía que no le apetecía. Elpidio me contó que en realidad es que ya no lograba coger las fichas una por una y se sentía torpe. Al principio todavía podía preparar el aperitivo en el porche, sacar los pepinillos y colocar las lonchas de queso 'para que quede bonito' como él dice, decía. Empezó siendo eso, una simple torpeza. Sin embargo no había día que no se sintiera peor, cada vez peor, nada mejoraba, nunca. Hace tres años no lograba mover las piernas y me dijo: 'Churrita, hoy no quiero desayunar en el salón, por qué no desayunamos aquí, como si fuéramos recién casados'. Perico es así, un romántico de campo que me robó el corazón con estas cosas, su amor sencillo, su amor enamorado que me gusta decirle a mí. Desde entonces no pudo desayunar en otro sitio. Una vez a la semana se acerca una enfermera para darle la vuelta y hacer unos ejercicios con él. Yo me quedo siempre con ellos para que Perico no se ponga tonto que le encanta ligar con las jovencitas. 
Perico ya no habla mucho, como el Cristo de la Piedad, no sonríe, porque no puede; estoy segura de que sufre pero no lo dice nunca. Jamás se queja, mi pobre. Al llegar de misa me ha gritado desde la cama que fuera a ver las noticias juntos, como antes hacíamos. No dejo de llorar. 
Mi Perico, esta enfermedad nos está matando a los dos, no sé quién se irá antes. Pero yo no puedo más, se lo he pedido al Cristo en misa, que nos lleve juntos, que no me deje sin ti ni un solo día.