martes, 27 de noviembre de 2012

Waltz for someone

El tiempo se lo come todo. Deja pasar las horas sin pararse a mirar. No se piensa ni un momento qué es lo que viene después. Nunca lo habría pensado así. Me imaginé al tiempo sentado en su sillón de agujas rotas, con la alarma en la mano. Nos avisaba de que ya era tarde. Habíamos dejado pasar las horas como él, sin darnos cuenta. Los momentos se deslizaban entre nuestros dedos y ni cerrando las manos conseguimos pararlo todo. No, ya era demasiado tarde. Éramos viejos para enamorarnos de nuevo. Nos limitamos a ser medianamente románticos, con un beso por las mañanas, un desayuno juntos en cualquier café y las bromas que no dejaste de hacerme durante toda tu vida. Me imaginé al tiempo llorando por tu pérdida. Te habían cortado la trama, ya estabas a miles de segundos de mí, ya eras parte de la historia. Tu cara se borraba de los álbumes de fotos al igual que las lágrimas desaparecían tímidamente entre mis arrugas. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Bienvenido a este instante

Cogí el metro en Príncipe Pío, como siempre. Había quedado en Alonso Martínez a las 17.30. Iba leyendo a Jane por el camino y tropecé contigo. Tú no me viste pero yo, por encima de las páginas del libro, vi como sacabas unos apuntes de algo con fórmulas y empezabas a pensar. Pensabas tan lejos de mí que ni sentiste mi mirada. Te bajaste también en Alonso Martínez y te seguí por detrás, la escalera iba llena y subíamos torpemente pisando a la gente, te pisé sin querer. No quería que me vieras. Te diste la vuelta y me miraste. Al reconocerme, me diste dos besos corteses y seguiste subiendo, para no molestar. 

Nos despedimos como idiotas sabiendo que estaríamos juntos toda la vida, tú con tus números y yo con mis historias. Pero todavía no nos habíamos dado cuenta del todo.

Good morning,

La taza roja de Nescafé, se le ha roto el mango. El tarro de café en la despensa, el azúcar, leche y un minuto en el microondas. Los mails leídos y la tostada quemada. La música que me despereza y el agua fría de la ducha. 8.00 despertar a Almu, Gema y Juan. Colacao, leche y galletas. Peinar, coser y colonia. En el coche ofrecer el día y cantar hasta llegar tarde a clase. Besos, merienda y adiós. 


lunes, 12 de noviembre de 2012

Un cadeau

Cogiste un libro al azar, pagaste los cuatro chelines que costaba y lo envolvieron en papel verde. Llegaste tarde a casa, la puerta  estaba abierta. La cena ya estaba preparada, sonaba el gramófono al fondo y se oían risas en la cocina. Ellen estaba recolocando los vasos en la mesa del comerdor, dice que van en medio, no a la derecha del plato. Te quitaste el abrigo y lo colgaste en el perchero de elefantes, el que trajo tio Alan de la India. 

- ¿Qué está usted haciendo tía Ellen?
- ¡Oh Alfred! ¿Acabas de llegar o has estado cotilleando un rato la casa? ¿Te gusta?
- No, no, acabo de llegar. Todavía no he visto nada. 
- Pues ven que te la enseño... Bueno primero querrás saludar a Evelyn.
- Si, me gustaría verla...
- ¡Qué educado eres hijo! A ver... ¡Evelyn! Acaba de llegar Alfred y ha insistido en verte a ti antes que la casa.

Carrie estaba contándome lo que pasó en casa de los Collins la noche anterior.  Al pobre Adam le hicieron cantar el himno unas doscientas veces, pobre. Al verte dejé de reirme. Odio cómo habla de tí la tia Ellen. Era la primera vez que venías a casa. No sé como no me avisaste para que saliera a recibirte. Inmediatamente me quité el delantal.

- Dejale tía Ellen, yo le enseñaré la casa. Para algo es mi invitado...
- ¡Qué descarada es! Haz lo que quieras, yo terminaré de preparar los canapés, como siempre. 

Entonces, en silencio, recorrimos el largo pasillo. Al doblar la esquina, sabiendo que Carrie y tía Ellen quedaban lejos, en la cocina, me cogiste la mano y me diste 'Las Zapatillas Rojas' de Andersen. No dijimos nada. Yo no me atrevía a decirte nada.

Aquella noche, al echarme en la cama le pedí a Dios que de vez en cuando pasearamos por ese pasillo como aquella maravillosa tarde de otoño, sin hablar. 

En la cena contestaste educadamente a las impertinentes preguntas de tía Ellen e hiciste muchas bromas sobre el color de la salsa de almendras. Creo que fue entonces cuando decidimos que siempre viviríamos cerca de tía Ellen, para hacerla reír.

Me alegro tanto de no haberme movido de Londres, seguir estando enamorada de los cuentos de Andersen, de no cansarme de pensar en ese otoño... De haberme casado contigo. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

No patience but love

Echaba de menos la nieve cayendo al otro lado del cristal. Echaba de menos tus discos de vinilo y el café a las seis y media. Echaba de menos cada paso que crujía en la vieja escalera, los niños estrenando pijama. Echaba de menos el baile de Nochevieja, no dejaba de darle vueltas al menú de Navidad, quiero cambiarlo, todos los años hago a lo mismo. Echaba de menos peinar los negros rizos de Marga y contarle eternos cuentos al pequeño Simon. Echaba de menos el olor a Oporto que invadía la casa los 6 de enero desde 1999. Estaba sentada cosiendo en el sillón del porche mientras echaba de menos la Navidad. Queda todavía todo un mes y ya quiero ponerme a preparar el pavo. Estoy empezando a exagerar lo de la impaciencia.

martes, 6 de noviembre de 2012

Erasmo

Erasmo se levanta todos los días a las 7.30. Deja sonar la alarma unas cincuenta veces antes de desperezarse y se pone en pie. Recoge la ropa, se va al baño y se ducha. Avanza despacio por el pasillo meditando sobre cualquier cosa menos lo que piensa desayunar. Erasmo coge el ascensor porque es muy vago. No vive en un octavo piso pero le gusta esperar el ascensor, lo prefiere. Entra en la cocina y medio mundo está calentando cafés y tés. Digo medio mundo porque Erasmo vive con, literalmente, medio mundo. Le presta la cuchara a un albanés al mismo tiempo que le roba el jabón al australiano. Después de debatir un poco sobre la situación econconómica de Taiwan, Erasmo se bebe el café y lo guarda todo en su armario número 72. Es pequeño y está desordenado. A las 9.30 Erasmo tiene clase de historia de algo en Uni Bastions. Coge su bicicleta burdeos y empieza a pedalear por la Rue de Lausanne, huyendo de los aromas indios que le abren nuevamente el apetito. Erasmo ha aprendido a no comer demasiado. La ciudad también madruga y los obreros ya taladran toda la Rive Gauche del río. El Jet d'Eau sobrevuela Ginebra y Erasmo llega a tiempo a clase. Inglés, francés y algo de español llenan los pasillos de la Fac des Lettres y Erasmo devora las clases hasta el final. 

La noche llega a la internacional ville a eso de las cinco de la tarde. Entonces Erasmo ya ha comido, merendado y puede que esté en cualquier biblioteca releyendo a Skinner o quizá piensa que Madrid está muy lejos, que no está en casa... Pero sabe que este año se lo han regalado en Ginebra y jamás se volverá a repetir.