domingo, 11 de septiembre de 2016

Clarita

Estaba a punto de graduarme en la universidad de Yale, hacía bastante frío aquella mañana febrero. Había llovido por la noche y estaba volviendo de una conferencia sobre el bilingüismo y sus efectos en la enseñanza de lenguas. Sorteaba los charcos, no quería estropearme los zapatos. Me había puesto mis zapatos de tacón, estaba a pocas semanas de graduarme, así que tenía que empezar a parecer una persona seria y profesional. Llegué a mi edificio y me dijeron que tenía una conferencia desde Atlantic City. Me quedé petrificada, "¿Qué se me ha perdido a mí en Atlantic City?"

-¿Sí? Buenos días.
-Buenos días, señorita Bartos, hemos recibido su recomendación de parte de su profesor de literatura francesa en Stanford, el señor Miller, para asistir a la conferencia panamericana. Sería sobre todo para la revisión de textos.
-¡Ah! El profesor Miller... ¡Oh! Gracias... Pues, ¿qué quiere que le diga? Que sí, que sí, por supuesto. ¿Cuándo empieza la conferencia?
-Este próximo mes de abril. Se celebra en Bogotá.
- ¿En Bogotá? Perfecto, sí.

Me había criado en Bogotá y sin embargo no había vuelto desde que aterricé en San Francisco en el 42. Mi padre amenazó antes de irme con que si me iba a Estados Unidos no pagaría nunca mi pasaje de vuelta, y así fue. Esta oportunidad me caía del cielo, me graduaría con esperanza de un trabajo y volvería a ver a mis padres.

*     *    *
La conferencia dio comienzo un 30 de marzo, yo me ocupaba, como me habían encargado, de la revisión y traducción de textos del español al inglés, redacción de actas y poco más. Todo tenía lugar en Capitolio del Congreso; recuerdo que los asientos se iban llenando a lo largo de la mañana pero sin embargo, las cabinas de interpretación, que se colocaban al fondo, estaban siempre encendidas y "funcionando". Un equipo de 6 intérpretes iba transformando los discursos en varias lenguas. 

-Claire, nos ha fallado un intérprete de español para mañana. ¿Podrías ocuparte tú? 

La interpretación en el 48 era una cosa muy nueva, cualquiera se ponía dentro de una cabina a ir desgajando las palabras y dándoles otro acento. Yo jamás había interpretado, recuerdo que las dos primeras veces fueron más bien desastrosas. Pero poco a poco fui cogiéndole el ritmo a los discursos, iba ordenando las ideas rápidamente en mi cabeza y las palabras salían cada vez más facilmente. Aunque el 9 de abril, con el asesinato del líder del Partido Liberal Colombiano, la conferencia terminó inesperadamente, mi carrera como intérprete no había hecho más que empezar. 

Hoy, 68 años más tarde ya no traduzco, ni interpreto; apenas tengo vista para leer. Sin embargo, cuando echo la vista atrás soy capaz de reproducir mis viajes, mis experiencias y contarlas no en uno o dos, pero en cuatro o cinco idiomas. A veces en la vida, se trata de estar en el lugar y en el momento preciso. Aquella llamada desde Atlantic City me llevó a descubrir un camino que mis planes nunca habían trazado. Tengo 93 años y puedo decir que, en la vida, las cosas no ocurren porque sí, aprovecha cada momento y míralo con la trascendencia que algún día pueda alcanzar.