miércoles, 26 de diciembre de 2018

Lo que ya sabes

Si me quedo sin batería jamás te llegará este correo. Me he prometido que si ocurre es porque no te debía llegar. El otro día al verte a través del cristal sentado en tu despacho, repasando las mil y una facturas que te había entregado tu becario para comprobar que todo está en orden, pensé que no podría ser feliz en una vida sin ti. Llámame lo que te dé la gana: idiota, romántica o descerebrada, prefiero que me llames una de esas cosas a que te quedes callado. Desde nuestra cena en el Ricotta no dejo de pensar en ti, no dejo de soñar con nosotros y no dejo de ver lo maravilloso que sería si te atrevieras. He oído las historias de tus no conquistas, esas chicas a las que invitas a café para no volver a casa, para probar suerte y ver si son la afortunada a la que harás feliz. A mí me has conquistado, y algo me dice que tú ya no eres el mismo. Las chicas de reprografía dicen que estoy mal de la cabeza, que eres un tío muy raro al que cuesta sacarle una sonrisa; yo el otro día te saqué más de tres, y conseguí que me dieras un beso en la mejilla. Esto no es una declaración, creo que ya nos declaramos suficiente el otro día, es una invitación, a intentarlo, a realizar eso que dijiste de hacer lo que se quiere de verdad, lo que el alma te dice que es lo correcto. Me queda un 8% de batería y estoy terminando, creo que te va a llegar el correo mañana y tendré que subir hasta la planta tercera sabiendo que lo sabes. Pero me fío de mí, de lo que el alma me dice que es lo correcto. 

Espero que tengas un día maravilloso, 

Dorothy

lunes, 17 de diciembre de 2018

Este absurdo mundo a veces...

Todos los lunes hacemos lo mismo. Tomás nos cita en un café cerca de su casa, que en realidad nos queda cerca a todos, nos pedimos un café y empezamos a hablar de lo que sea. A veces, es un análisis exhaustivo sobre la situación política de España: todo un discurso lleno de tacos y pasión en el que los socialistas son unos cobardes medio gilipollas y los artículos de El País le hinchan las venas de rabia. Otras, versan sobre las clasificaciones de la liga de fútbol o las lesiones de los jugadores del Betis. Tomás es un sevillano afincado en Madrid desde el 64 cuando tuvo que mudarse por "cosillas del trabajo que le arrancan a uno de su tierra". Jeromín y el resto, seguimos callados, interrumppiendo de vez en cuando con algún comentario que por inoportuno que sea, siempre da pie a que Tomás añada algo o empiece con otro tema. Los lunes son siempre lo mismo pero jamás resultan iguales. 

Hoy es lunes, y Tomás no nos ha citado en el café de siempre, lleva dos días en el hospital con una mierda de enfermedad que le quita las ideas de la cabeza y hace que cada vez sus pulmones sean más inútiles. No tengo valor para verle, así que le he escrito una carta que Jeromín le ha llevado esta mañana. Llevo dieciocho años tomando té con él en el Viena Capellanes de Marqués de Urquijo y no voy a dejar que ningún hospital me arrebate la imagen apasionada que tengo de mi amigo. Me aterra la idea de ver que algo tan vivo pueda estar tan al borde de la muerte, que un corazón tan grande pueda dejar de latir por esta vida. Tomás no se irá jamás de mi memoria, no voy a permitirlo. A la vuelta del hospital, Jeromín me ha asegurado que le ha leído la carta y que le ha sacado alguna que otra sonrisa, de una carcajada casi se ahoga. Qué animal es. 

                                                                 *    *    * 

Hoy es lunes, y Tomás no nos ha llamado para bajar a comentar la jugada. Ya no puede ni leer mis cartas, ni beber café, ni cagarse en los políticos españoles. Hoy es lunes pero, para mí, jamás volverá a serlo. He arrancado los lunes del calendario, porque ya no tienen sentido. 

lunes, 10 de diciembre de 2018

Huset

Para mí es el sentimiento de llegar a casa y estar donde debo estar, es no querer irme si está ella. Creo que me pasa esto desde la primera vez que hablamos. Siempre me pareció una chica bastante borde, pero yo estaba demasiado bien a su lado; tan bien, que sentía ganas de correr y alejarme de lo desconocido. Pensé que me venía grande o yo qué sé qué pensé y me dediqué a conquistar otros corazones, pero siempre pensé en ella, en ese sentimiento de estar donde debía estar. La vida da muchas vueltas, y años después, esperando el autobús, apareció ella de nuevo. Los años, dicen, dan experiencia y quitan miedos, pero al verla, sentí un miedo terrible a volverme a equivocar, a dejarla escapar. Sentí que podía volver a perder lo que era mi casa, donde debía estar. Me acerqué y hablamos. La vida había estado dando vueltas para ella también y había crecido, seguía tan borde como siempre, pero se había dejado limar por los contratiempos que hubieran ocurrido en los años en los que le perdí la pista. Esta vez no la dejé escapar. Y pudimos construir la casa en la que debíamos estar ambos, la nuestra. Por eso, hoy llegar a casa es llegar a ella, al sentimiento de saber que estoy donde debo estar, que en ningún sitio estaré mejor. 

viernes, 23 de noviembre de 2018

Breve paréntesis.

Llevo meses sin poder sacar ninguna palabra en claro. No escribo ni un párrafo que valga la pena. Lo he intentado todo: volver a leer a los clásicos, ponerme un té calentito y buena música. Estar mucho con John y pensar en todo lo que quiero. Nada. Estoy en la sequía más absoluta. Entiendo que la oficina me consume y que estoy harta de leer los informes de final de mes (terriblemente escritos, por supuesto). Estoy cansada de oír lo mal que va todo y sobre eso no me apetece escribir. Siento que viajo desde el salón de mi casa pero que luego, al abrir el ordenador todo desaparece, se desvanece como las notas de la música cuando ya se ha acabado la fiesta. John dice que tengo que volver a escribir, que no es natural en mí estar sin poner nada por escrito. Lo cierto es que sí que escribo, pero cosas demasiado íntimas que solo él y yo podemos leer, y eso no va a hacer un libro. La vida está llena de fechas límites, pero para escribir yo no tengo horarios, no tengo presión y quizá es lo que me hace falta. Por ahora voy a dejar esto así que está pitando el horno y tengo que sacar la quiche. Esta noche vienen mis padres a cenar y espero sacar ideas sobre una copa de buen vino y los ojos de mi padre. 


lunes, 23 de julio de 2018

del cielo al Cielo

Solía sentarse a eso de las cuatro y media a leer en el salón. Al rato, se preparaba un té con un par de trozos de queso y pan, si quedaba de la comida. Solía pasarse así dos o tres horas, mientras la tarde seguía su curso. A las siete y media, casi rozando las ocho, llegaba su nieta Marthe a cenar con ella, a prepararle la cena. Marthe era huérfana desde hacía un par de años. Un accidente de coche. Desde aquel día vivían juntas.

Cenaban juntas, y Solange le contaba a Marthe mil historias de sus veranos en el norte, de cómo recordaba lo poco que recordaba de la guerra. Decía que prefería olvidarlo todo. Hablaban del abuelo Thomas, de cómo era, de lo que estaría diciendo en aquel momento. Solange ya no dormía bien, a su edad, decía, queda tan poco de vida, que Dios se ocupa de mantenernos en vela para saber cuándo llega. Entonces, después de cenar, Solange cogía sus agujas y se ponía a hacer punto. Marthe se sentaba a leer a su lado hasta que se le cerraban los ojos y decidía que era momento de irse a la cama. 

A partir de las diez y media o así, Solange se quedaba sola en el salón de nuevo. En realidad, si le preguntases, te diría que no estaba sola. Era la hora a la que llega Thomas a casa, se sentaba con ella y se quedaban juntos, simplemente a estar el uno al lado del otro. A veces le besaba en la frente y le leía alguna página de su libro en alto, mientras ella cosía. Los momentos así, con Thomas a su lado, como siempre, como solían estar, eran los que hacían que Solange consiguiera conciliar el sueño, aunque fuera por unas horas. Cuando se le entrecerraban los ojos, Thomas se iba, solía hacerlo sin despedirse, porque sabía que siempre iba a volver. Entonces Solange preparaba el desayuno para Marthe y se acostaba. 

Llegó un día en que Thomas le dijo que por qué no se iba con él, que huyeran juntos. Solange pensó en Marthe, en que no quería dejarla sola. Pero a la vez necesitaba volver a estar con Thomas para siempre. Se acercó a la cama de Marthe, le besó en la frente y le dejó un diario suyo sobre la mesa. Allí encontraría historias que leer, historias que contar, y no se sentiría tan sola. 

jueves, 10 de mayo de 2018

kwaheri, kwaheri

Fue nuestro último verano en Zanzíbar. Papá ya estaba muy mayor y decía que no podría volver a coger el ferry desde Mombasa. Una mañana, después de que Mama Mumbi nos prepara el desayuno, cogí mi red y me fui paseando hacia la playa. A mi alrededor estaba el paisaje de muchos meses de agosto tirada en la arena leyendo a los clásicos ingleses. Recuerdo un Oliver Twist interrumpido por una ola cuando subía la marea, se me estropeó una de las mejores ediciones del libro. Nunca se lo dije a mi madre porque era de sus favoritos y me habría matado. Al otro lado de la playa, estaban las casas de Kidoti, donde vivía Wangai, mi mejor amiga del verano. Allí estaban las primeras veces que nadé sola en el océano, estaba el día que vimos el barco pirata. El primer paseo de la mano de Matt. Estaba segura de que cada uno de los árboles que había desde mi casa hasta la playa sabían más de mí que yo misma. Recorrí la playa de un lado a otro pensando si algún día volvería, queriendo volver. Planeé en mi cabeza el día en que le enseñaría esas playas a mis hijos y les contaría todo lo que allí había vivido. La verdad es que todavía no he vuelto. 

Mi padre estaba mayor, todos sabíamos que había que prepararse para lo peor, pero yo no estaba preparada. En realidad no creo que nadie lo esté para nada en esta vida. Recogí dos o tres conchas, que seguramente luego tiraría, y me fui subiendo a casa. Soy una obsesa de las conchas, pero luego, cuando las voy a guardar, nunca me convencen. Fue mi hermano Thoma quién me enseñó a seleccionar conchas un verano en Portugal, cuando papá estuvo destinado allá un tiempo. 

Yo no sabía que era el último verano en Zanzíbar, lo sospechaba, pero no fui capaz de despedirme de las playas infinitas de Nungwi, de nuestros amigos, de nuestros veranos de ensueño, del sol saliendo cada mañana, cada día más naranja. Cogimos el ferry de vuelta y cenamos en Mombasa después del largo viaje. Mi padre nos dejó 20 días después de eso. 

Para mí, aquel verano en Zanzíbar es el último recuerdo de mi padre. Sentado en las sillas de mimbre del porche, leyendo. Le pedía a Mama Mumbi que le preparara un té calentito, porque decía que le gustaba sudar mientras leía las memorias de un misionero en Asia, para meterse en situación. Papá era así. Solo necesitaba estar metido en casa con un buen libro o un buen juego de batallas, y mamá. Sin embargo, como diplomático, se pasó la vida viajando desde los 35 años. Africa le cambió por completo, le hizo más él, más sencillo. Fue su último destino, Mombasa, para descansar y retirarse después de tantos años al servicio de la République. 

Supongo que lo hizo aposta, despedirse de Zanzíbar con nosotros, para que no nos atreviésemos a volver sin él. Zanzíbar era solo suyo. 

sábado, 7 de abril de 2018

I had a wonderful life

Estábamos ordenándolo todo después de llegar a nuestra nueva casa, cuando volví a encontrar su libro. Marie-Hélène. Nos acompañó de Los Ángeles a Nashville. Uno de los vuelos más inolvidables de mi vida. 

La mañana anterior, nos habían cancelado el vuelo por unas tormentas. Llegamos lo antes posible al aeropuerto para ver si encontrábamos un vuelo directo a Atlanta, donde mi hermano nos esperaba a cenar esa tarde. Nos dijeron que era imposible, que no saldría un vuelo hasta el sábado. Estábamos a miércoles. No nos lo podíamos creer. Llamé enseguida a Noah y me dijo que miráramos algún vuelo a Nashville y que él nos recogería allí. Eran 'solo' tres horas y media en coche hasta su casa. James se lo tomó con bastante calma desde entonces, sin embargo se iba quejando por lo bajo. Nos rompía el plan por completo. Volábamos a Londres en 4 días, estábamos perdiendo un día en casa de mi hermano y además no nos reembolsaban nada del vuelo cancelado porque era por causas naturales. Nos compramos una haburguesa en el aeropuerto sintiendo no habernos despedido mejor de Los Ángeles, nuestro hogar. James acababa de firmar un contrato de 3 años con una compañía inglesa. Londres era nuestro siguiente destino. Subimos al avión bastante agotados y se nos olvidó comprar algo para el vuelo, yo iba rezando para que nos dieran por lo menos una coca-cola. 

- They're gonna give us some food, I hope.
- Oh, dear, they always do. Jet Blue is one of the best airlines I know.

Era Marie-Hélène quien contestaba. Solía viajar a Los Ángeles a ver a su hija Renée que vivía allí con sus dos hijos y su marido. I have a wonderful family. No dejaba de repetirlo, y en sus ojos se veía que lo creía de verdad. Le conté que James y yo acabábamos de casarnos hace tan solo un par de meses, que volábamos a Londres, el que sería nuestro hogar por los próximos 3 años. 

Ella se había casado a los 17 años con un chico griego afincado en Nueva York. Se había criado en Vermont, era la sexta de una familia de 10 hijos. Sus padres, inmigrantes canadienses, habían llamado a sus hijas con el nombre de María y a los chicos con el de San José. Todos con nombres franceses, menos la pequeña, Diana; fueron sus hermanos quienes eligieron el nombre. Gracias a la estricta gramática de las monjitas de su escuela francesa en Nueva Inglaterra, pudo encontrar un buen trabajo en Nueva York. Trabajó de revisora de textos para una editorial. Corban, su marido, se fue pronto, dejándola con una niña de 5 años en una gran ciudad. Un ataque al corazón dejó a mi querida compañera de vuelo viuda a los 24 años, pero Dios es bueno and He gave me a handsome Irish husband. That's why my Renée is redhead. Este segundo matrimonio le duró 43 wonderful years. 

Marie-Hélène había viajado, y a sus 73 años no dejaba de viajar. Había tenido una buena vida decía, y  la estás teniendo, le dije yo. 

-You know, I pray more now that I'm older, don't know why. Pero es como que si no hago mis oraciones, no duermo del todo bien. No he sido muy buena católica, pero nunca he dejado de rezar. Y Dios dice que se nos examinará del amor al final de nuestros días, y yo he querido mucho. 

Creo que estuvimos hablando durante dos horas, James escuchaba atento a mi lado. Él es callado y prefiere escuchar. Marie-Hélène nos invitó a un sandwich durante el vuelo y me regaló el libro que se estaba leyendo. 

- Habla sobre las playas de Nantucket, debéis ir a Nantucket. Lo describe como algo maravilloso. Estoy segura de que te gustará. 

Se bajó del avión y nos hicimos una foto. Al colocar su libro en nuestra nueva casa de Nueva York, me he acordado de ella. Nos hemos instalado en una casita al sur de Brooklyn, voy a ver si nos podemos escapar en verano a las playas de Nantucket. Marie-Hélène dijo que eran una cosa inolvidable. 

martes, 23 de enero de 2018

generosidades de sol

Fue amanecer en Buenos Aires y comprenderlo todo. No me vas a creer, pero solo lo entendí entonces, cuando me levanté el otro día. 

Fui directa hacia la ventana, la ciudad amanece mucho antes, con el olor del río enseguida se le abren a una las ganas de bajar al puerto y dar un paseo. Serían las 6 de la mañana, te quedaban otros 40 minutos de sueño y yo estaba desvelada. Cogí una chaqueta y saqué a María de la cuna. Estaba jugando y no quería que te levantara. Creo que ya llevamos casi 3 meses amaneciendo en esta ciudad, pero hasta el otro día no reconocí lo que me gusta estar aquí. Todo, todo lo que hemos ido haciendo nos ha traído aquí. Es increíble caer en la cuenta de lo providencial e imprevisible de esta vida nuestra. No lo habría pasado tan mal aquellas semanas en las que me dijeron que tenían que dejar de contar conmigo, y me despedían sin más después de 6 años de fidelidad y bastantes ganas. Recortes. Ahora estoy mucho mejor, Argentina nos ha dado lo que necesitábamos. Tú, por fin, estás trabajando de lo tuyo y, aunque nos ha costado aceptarlo, Buenos Aires nos va demasiado a los dos. Yo defiendo que cualquier ciudad, cuando no se la conoce bien, resulta la más emocionante de las aventuras. Aquí cada barrio encierra una historia, una anécdota, cada calle un olor, una cultura o un verso de Borges. Es una maravilla ver que los niños imitan perfectamente el voseo pero en casa siguen siendo de Madrid. Siento que de todo se aprende, y a mí me cuesta aceptar que la vida es más sabia. Buenos Aires hace 5 años nos habría matado, Madrid nos necesitaba, necesitábamos  a Madrid, hacerlo nuestro juntos. Volveremos.

Sin embargo, fue amanecer en la Recoleta el otro día,  acordarme de aquel verso, "He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz", mirar a María y dar gracias por ser feliz, contigo, con ellos, aquí, en Buenos Aires.