miércoles, 12 de enero de 2011

Pluie

Adoro los otoños de París. Me encanta pasear por las calles repletas de hojas amarillas, los guantes, los gorros... Desde hace un año tengo un pequeño piso en la plaza Salvador Dalí en Montmartre. En primavera la plaza se llena de pintores y es maravilloso. Me encantaría bajar a pintar con ellos pero mis cuadros no son ni la mitad de bellos que los que pintan ahí abajo.

Vine a Paris con la ilusión de hacerme pintora pero la inesperada muerte de mi tía Adèle, quien me mantenía hasta el momento, dio un vuelco a mi vida. Desde entonces trabajo en una crepería en los alrededores del Museo d’Orsay.

La dueña de la crepería es una mujer encantadora que siempre está intentando saber que es de mi, cómo es que me vine a Paris, donde vivo... Pero yo intento mantenerme un poco en el anonimato, no me gusta llamar la atención, ni que me tomen por la típica huérfana que hace que todo el mundo se apiade de ella. Sin embargo la quiero mucho a pesar de lo curiosa que es. Me ayuda cada vez que nota que me falta de algo. Recuerdo la última vez cuando llevaba mis botines agujereados y al día siguiente apareció con unos nuevos. Yo lo único que le puedo regalar son mis cuadros, y ella lo que hace es colgarlos en las paredes del local.

El frío del otoño trae a mucha gente que prefiere gastarse el dinero antes que congelarse en la calle. La hora que más me gusta son las cinco y media. La crepería se llena de chicos y chicas del colegio que hay detrás de la rue des Lilles, y parecen estar todos encantados y los que no, se acercan a la barra y te cuentan sus penas, son encantadores. Martin Balavielle, siempre viene diciéndome que no quiere ir a su casa porque su padre le pegará por haber mordido a su prima que “por desgracia va a la misma clase que yo”, luego están los sueños de Audrey Sabarde que quiere ser bailarina y por eso asiste a clase en el conservatorio de danza, cuando termine se casará con un famoso director de orquesta y tendrá tres hijas “preciosas”... Así paso las tardes desde que murió mi tía en julio.

Luego está la hora del café de por la mañana. Las mañanas las paso con Louise D’Oloi una mujer de unos cuarenta y cinco años que lleva dos meses intentando adoptarme. Dice que soy muy hermosa y que podría ser modelo de su primo que es pintor. A mí personalmente me repugna la idea, ¡qué vida tan aburrida es esa de pasarse la vida quieta en la misma postura!

Hace unos días, como por el 14 de noviembre, cuando salío de la crepería había un joven apoyado en la esquina de la calle fumando un cigarrillo, escondido detrás de una hermosa boina color gris. Yo le miré pero sus ojos negros me intimidan y no le aguanté la mirada ni dos segundos. Es curioso, suele estar a las ocho, cuando salgo de trabajar y jamás entra en la crepería, y cuando nos cruzamos nunca me saluda y eso que nos llevamos encontrando una semana más o menos.

Como siempre me paro antes de cruzar la calle, le puedo observar detenidamente. Todos los días lleva la misma boina y la misma chaqueta, tendrá no más de dos camisas, los mismos pantalones desgastados en las rodillas y unos zapatos marrones que le quedan un poco anchos. Debe de morirse de frío.

Ayer, fue viernes, le vi y me paré.

- ¿Qué haces aquí todos los días, a quién esperas?

- ¿Yo?- tartamudeó- pues... no espero a nadie solo que me gusta estar aquí, ¿Te importa?.

- ¡Ah! Creía que venias aquí para decirme algo pero nunca te atrevías. Sabiendo que no es por mí...

- ¿Por ti? ¿Yo? No, no es por ti, que va en absoluto, creo que vivo en Paris desde hace mucho más que tu, ¿O me equivoco?

- ¿Por qué lo sabes? Si soy de Limoge pero vine aquí a estudiar.

- ¿Estudiar? ¿En una crepería? No lo había oído nunca. ¿Desde Limoge? ¿Y que se te ha perdido en Paris?

No pensaba contarle mi vida así que me di la vuelta y crucé. Empezó a correr detrás de mí.

-¡Mathilde! ¡Mathilde!

Me giré.

- ¿De qué te sabes mi nombre? ¿Me espías?

- No, bueno no exactamente. Alguien me dijo que venías de Limoge y eras la sobrina de Adèle Lotouse.

- ¿Y?

- ¿Conocías a Pauline Lotouse?

- Era mi madre. Pero... ¿Albert?

- Mathilde...

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