lunes, 2 de septiembre de 2013

Dream on and on

Era capaz de imaginárselo todo. Sentado en el salón de su casa en Montauk, mirando al mar sabía estar en las torres más altas de Chicago o saltar sobre las cataratas del Niágara sin romperse un hueso. Un día, recuerdo que me senté a su lado y me contó la historia de un pequeño pueblo en los Alpes. En el pueblo, había una calle que subía hacia las montañas, los niños cogían sus trineos de madera y empezaban a tirarse por turnos. Mi abuelo nunca había viajado a Europa pero se la imaginaba tal y como era. Creo que no solo se había leído todos los libros de su gran biblioteca si no que además se los aprendía casi de memoria. Mi país favorito siempre fue Noruega y sus paisajes interminables. Mi abuelo paseaba conmigo sobre las eternas praderas nevadas de Noruega. Un día echamos a volar nuestras cometas en Hyde Park, la de mi abuelo se enganchó en un árbol y montamos tal jaleo que apareció la reina para calmar un poco el ambiente. Juntos, mi abuelo y yo, conocimos a Mohamed Ali y viajamos a San Petersburgo. El día que dimos el gran paso de viajar a Shanghái a mi abuelo le ingresaron en el hospital, le dijo al doctor que no sabía que Shanghái fuera una ciudad tan húmeda, que sus pulmones no respiraban tan bien el aire cargado de la ciudad china. Nadie más que yo sabía su secreto, solo yo sabía que él tenía el poder de trasladar todo su espíritu hasta el otro lado del mundo. Era la persona que más quería del mundo. 
Mi abuelo dejó de escuchar al reverendo McRowe cuando murió mi abuela, pero todos los domingos leía detenidamente las lecturas y luego se dormía pensando en ellas. Sé que también sabía cosas sobre el Cielo. Supongo, que ahí nunca viajamos porque quería ir él solo, por no darme envidia. Partió hacia allí esta mañana y sé que no va a volver, aquello debe ser maravilloso.

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