jueves, 20 de septiembre de 2012

Magdalenas

La Toscana sería el paisaje perfecto. Haría sol pero no mucho calor. Tú estarías fuera arreglando la estantería del salón, la segunda balda por ejemplo. Llevarías esa camisa color ocre que encontramos aquel otoño en Portobello y que sólo te pones para estar por casa. Yo estaría en la cocina, una cocina antigua pero que funcione. Una cocina de gas pero siempre limpia. Tendríamos un horno maravilloso en el que yo prepararía ricos bizcochos de chocolate para merendar y pasteles de queso y carne para comer. Si, yo sabría cocinar. Tendría que saber para que pasara. Me remangaría la camisa azul de lunares que le robé a mi hermana la última vez que fuimos a Londres y me ataría bien el delantal. En ese momento sacaría las magdalenas del horno y rociaría pepitas de colores por encima. En ese momento te darías la vuelta con cara de dolor.

- ¡Mierda, me acabo de cortar! ¿Eso son magdalenas? 

Te levantarías y te acercarías a robarme una. Entonces yo te miraría fijamente.

- Si tocas una de mis magdalenas te corto la mano.

Entonces te acercarías un poco más, como para besarme. Y entonces...

- ¡Mamáááá! ¡Pablo me acaba de destrozar el dibujo!

Me robarías la magdalena, yo arreglaría el problema de Mónica y al verlo sonreiría al ver como ya te la has acabado y entre migas te atreverías a decir que estaba deliciosa. 

Ese sería el momento. 

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