martes, 6 de noviembre de 2012

Erasmo

Erasmo se levanta todos los días a las 7.30. Deja sonar la alarma unas cincuenta veces antes de desperezarse y se pone en pie. Recoge la ropa, se va al baño y se ducha. Avanza despacio por el pasillo meditando sobre cualquier cosa menos lo que piensa desayunar. Erasmo coge el ascensor porque es muy vago. No vive en un octavo piso pero le gusta esperar el ascensor, lo prefiere. Entra en la cocina y medio mundo está calentando cafés y tés. Digo medio mundo porque Erasmo vive con, literalmente, medio mundo. Le presta la cuchara a un albanés al mismo tiempo que le roba el jabón al australiano. Después de debatir un poco sobre la situación econconómica de Taiwan, Erasmo se bebe el café y lo guarda todo en su armario número 72. Es pequeño y está desordenado. A las 9.30 Erasmo tiene clase de historia de algo en Uni Bastions. Coge su bicicleta burdeos y empieza a pedalear por la Rue de Lausanne, huyendo de los aromas indios que le abren nuevamente el apetito. Erasmo ha aprendido a no comer demasiado. La ciudad también madruga y los obreros ya taladran toda la Rive Gauche del río. El Jet d'Eau sobrevuela Ginebra y Erasmo llega a tiempo a clase. Inglés, francés y algo de español llenan los pasillos de la Fac des Lettres y Erasmo devora las clases hasta el final. 

La noche llega a la internacional ville a eso de las cinco de la tarde. Entonces Erasmo ya ha comido, merendado y puede que esté en cualquier biblioteca releyendo a Skinner o quizá piensa que Madrid está muy lejos, que no está en casa... Pero sabe que este año se lo han regalado en Ginebra y jamás se volverá a repetir.

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