domingo, 8 de julio de 2012

Mara

Tenía 22 años cuando salí de Georgia. El día de mi cumpleaños llegó el visado confirmando mi partida. Hice la maleta que había pensado tantas veces y me embarqué llorando en el avión. En Navidad vería otra vez a mis padres si algo no salía bien, por un momento lo deseé. Llegué a Dresde sabiendo el alemán del colegio, pero siempre se me dio bien. Encontré de milagro el bus, la calle y el piso en el que iba a vivir. No tenía suficiente dinero para pagarlo todavía.

El 23 de septiembre cumplo 25, llevo tres años en Dresde. Hablo perfectamente alemán pero sigo sola. No he vuelto a ver a mis padres desde aquel 25 de septiembre. No he dejado de llorar ni una sola semana. Me levanto a las cinco de la mañana, cojo un tranvía y dos autobuses para llegar al hotel donde sirvo el desayuno todas las días. Mis ojeras no han conseguido borrar la sonrisa que me enseñó mi madre. La gente en Georgia siempre sonríe, aquí en cambio es difícil encontrarte alguien que te regale una sonrisa de vez en cuando. 

Estudio, o intento estudiar, psicología en la Universidad Técnica de Dresde. Es la segunda carrera más difícil de conseguir en Alemania, las horas de estudio sirvieron para algo. Cuando algo no sale bien, cuando necesito dinero o surge algun obstáculo ellos siempre dicen: pues abandona la Universidad. No pienso abandonar.

Si Dios quiere terminaré la carrera dentro de siete años, eso significa que habré pasado los treinta, espero hacerlo con algún bebé de por medio. No me gusta estar sola, sé que no lo voy a estar. Pero debo recordarme todos los días que sola, puedo.

El otro día hablé con mi hermana Anka, está bien, le quedan dos semanas para graduarse en el instituto. Me encantaría estar allí para abrazarla como lo hizo ella hace ya tiempo. 

Me gusta creer que todo sufrimiento tiene su recompensa, que todo tiempo pasa para llegar a otro, pero no es fácil sonreír cada mañana sinceramente mientras sirves el café  de todos los días a Frau Höhler....

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