miércoles, 11 de julio de 2012

Locura.

La calle empezaba a llenarse de gente. Era difícil circular. Pillé todos los semáforos en rojo. Estaba agotada. No podía pedalear más rápido. Pasé por delante de la catedral deseando encontrarte. Tras tres semáforos más en rojo llegué por fin a Prager Str. Me la hice por lo menos cuatro veces, calle arriba calle abajo. Buscaba tu bicicleta. Blanca, con el sillín color tabaco. Acababa de verte bajando Alaunstr. en ella. Me daban ganas de llorar. Estaba desesperada. En una ráfaga de esperanza corrí a Postplatz a ver si estabas allí esperando el 94. Nada. No me quedaba mucho tiempo, tenía exactamente veinte minutos para encontrarte, inventarme la excusa de por qué estaba allí y volver a tiempo a casa. Iba a empezar a pedalear en dirección a Haupstr. cuando se me ocurrió volver a darle una vuelta a la calle. Allí estaba tu bicicleta, sola y bien atada. No hacía mucho que la habías dejado allí. Estaba segura de no haberla visto. La miré durante un segundo y pensé que estarías cerca. Aparqué la mía y me di otra vuelta rápida por la calle. No estabas. Pensé en las películas y me monté la mía. Entré en la primera papelería que encontré y compré una postal, tonta y sin sentido. La única que no llevaba un corazón enmarcado. Escribí rápido y en español que había ido a buscarte, que no te había encontrado. Pensé para mi que nunca jamás lo volvería a hacer, nunca volvería a verte. La dejé bajo la goma en el sillín de atrás, donde normalmente llevas la mochila. Empezaron a sonar todas las campanas del centro, eran las ocho, tenía diez minutos para estar al otro lado del puente. Llegué a tiempo. Todavía pensaba que había hecho lo correcto.

Llevo esperando cuatro días, no hay respuesta. Ya estás más lejos que diez paradas de autobús.

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