sábado, 30 de abril de 2011

Meiko,

Piso 25, Tokyo.

Cogí el ascensor dispuesto a perderme en su mecanismo, el ruido de los cables, el cosquilleo de la tripa que se produce por la vertiginosa velocidad del moderno aparato... Vamos, lo que hago todos los días, pero en el cielo habían dispuesto que hoy no fuera un día sino el DÍA. El ascensor ya no era un conglomerado de tecnología sino el refugio de una joven peculiar.

Tenía el pelo negro, como todas las japonesas, la piel blanca, como todas las japonesas, pero ella es, era, especial. Tenía un lunar estratégicamente colocado debajo del ojo derecho. Era extraño, creo que hasta ese momento jamás había visto a una japonesa con un lunar.

Debí de asombrarme demasiado, sentí que repentinamente yo, un tipo duro, el eterno soltero, me enamoraba.

- Lunar.
- ¿Perdón?
- Tienes un lunar debajo del ojo.
-Si, ya lo sé.
- Me encanta tu lunar debajo del ojo.

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