El volante se mueve involuntariamente al ritmo de tus dedos. Los Beach Boys adornan la vuelta a casa al ritmo de unas buenas vibraciones. Pasas de canción, hoy no estás disponible para ellos. Arranca un clásico de Bob y entonces lloras como una idiota, sola en el coche, escuchando la canción que Papá cantaba al volver de casa de los abuelos, subías con él en el ascensor y te reías porque en vez de oír the times they're changing tu infantil cabecita escuchaba lalakwaigonjinn. El semáforo está en rojo, te secas la cara con la chaqueta. El cielo se une a tu llanto y empieza románticamente a llover mientras recuerdas aquella canción. Estás a cinco minutos de llegar a casa, Bob ya no canta ahora suena ella, Twain, Shania que no Mark. Entonces te ríes como una idiota, intentas aparcar y te ves retrospectivamente frente al espejo del pasillo bailando con Nicolasa, recuerdas como Alicia se las sabía todas y las pequeñas tarareaban palabras sin sentido. Por fin está aparcado, tu querido Citroën. Bajas pero en tu cabeza Shania tararea suavemente Take two... Sigue lloviendo y te has olvidado las llaves. Sabes que él nunca coge el telefonillo a la primera, pero no ha dejado de llover. Por fin estás subiendo las escaleras y te vienen a la cabeza los bailoteos de Marcos con cualquier música, Juan y Pedro Guerra, Mamá cantando con la guitarra, Papá transformado en Serrat...
Al abrirte la puerta no se da cuenta de que es una canción más, la canción de tu vida. Gracias a Dios la música no te ha abandonado, creo que no habrías sobrevivido.
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