lunes, 22 de octubre de 2012

Tableau

No puedo evitar las lágrimas que escapan de mis ojos. 
Parecíamos la típica historia de amor que se vende a 1,95 en la Casa del Libro. Sentados como dos peluches en un escaparate en cualquier banco del Paseo del Prado. Olías a mantequilla como siempre que quedábamos a las 10 en los Jerónimos. Tendríamos 19 años aquel mes de octubre, bueno tu 18 porque los cumplías en diciembre. Sigo viendo todos los días a la mujer que pide al pie de la Cuesta de Moyano. Al verla se me repite lo que decías, eso que me explicaste de que era una mafia que los manipulaba para quedarse el dinero. Pero hoy no he querido sentarme donde siempre, me he metido en el museo. Y como una posesa he empezado a subir escaleras y escaleras. Aunque no lo creas ya me ubico en El Prado. Llegué medio ahogada al retrato de la Condesa de Chinchón con sus maravillosos rizos pelirrojos. Tú decías que tu abuela los tenía iguales, me habría gustado conocer a tu abuela. No han abandonado la costumbre de poner bancos en las salas así que me he sentado con el folleto de una exposición de Murillo que hay ahora, la chica de la puerta no ha resistido la tentación de colocarme uno. Al abrirlo he visto tu cuadro favorito y ahí estaban otra vez las gotas saladas en mi mejilla. Es difícil creer que te quedaste para siempre en los pasillos del museo, en el café de Neptuno, en la tienda de dulces de la Plaza de Canalejas. Pero me lo prometiste, me dijiste que cada vez que entrara con Julia en La Violeta le contara lo mucho que le gustaban a papá esos caramelos. Yo a cambio te prometí, no hablarle de lo maravilloso que habrías sido,  nunca pensar en ello. No he podido soportar más los rizos de la pobre condesa. He salido enfadada de la sala y Rubens me ha echado con descaro unos pincelazos de alegría con destellos dorados. Miro el reloj y ya son las cuatro, a y media sale Julia de colegio, voy a traerla a lo de Murillo, creo que le va a gustar. 

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