sábado, 23 de junio de 2012

Schloss

Mientras lucho contra el hierro de la farola para atar mi bicicleta imagino de quién será la que está aparcada al lado. 

En mi ciudad hay aparcamientos para bicis como rascacielos en Nueva York. Para ellos hay millones de bicicletas circulando por la calle. La gente deja la bici bien atada con un candado ya sea de llave o con contraseña. La mía es azul oscuro, casi negra y nunca olvido la llave de mi candado. Siempre he querido toparme con el dueño de la bicicleta que aparca al lado de la mía. Nunca es la misma persona, daría para conocer a todo el mundo, a todo el mundo que va en bicicleta. Pero hasta ahora solo he coincidido con el susodicho dos veces; un señor mayor y una adolescente. No es que discrimine a esas dos partes de la sociedad pero mis imaginarios encuentros van encaminados en otra dirección. Sería casual y torpe, pero bonito. Sería una espera estúpida a que alguno de los dos terminara de desatar la bici y saliera de allí. Sería alto, moreno y sonriente. Sería por la mañana y así tendríamos tiempo de un café. Sería un día en el que no se hace nada para que pudieramos conocernos...

Ah! Por fin está atada... 

- Perdona, es tuya la bicicleta?
- Si...
-La has atado a la mía...

Hoy es sábado, no tengo nada que hacer. 

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