Desde hace tres meses paso todas las mañanas en el hospital, leyendo en voz alta el periódico.
* * *
Conocí a Enrique de casualidad un día en la biblioteca, estaba leyendo mi New York Times, el único ejemplar que traen cada mañana. Acababa de jubilarme y es lo que hacía todas las mañanas, leer el periódico. Normalmente no había nadie más que lo quisiera, por lo menos a las 10:30, cuando yo iba a la biblioteca.
Mi mujer solía dejarme allí después de que desayunáramos en Peet's, ella té y yo café. Teníamos 67 años y toda una vida por detrás, y otra por delante , como le gusta decir a ella. Ese día mi plan se había desencajado, alguien había llegado antes que yo. Me coloqué delante de él, como un niño que espera que se libere el único columpio del parque.
-May I help you?
Preguntó Enrique con un fuerte acento hispano.
-No sir, I was just waiting, I wanna read it too. I mean, I use to read it everyday at this time but today I can't, so I have to wait.
- Oh, I see...Then we can read it together, there're crazy things going on in Iraq, ya know.
Era una proposición de lo más inesperada. ¿Leerlo juntos? Me senté a su lado, estaba
leyendo la columna de una chica que estaba en Bagdad que iba contando todos los días el conflicto. Me impresionó que hubiera alguien más interesado por lo que estaba pasando al otro lado del océano en mi ciudad. Desde los tiempos de la universidad solo hablaba de ello con Serena, mi mujer. A partir de aquella vez, Serena me despedía en la biblioteca y yo iba, casi corriendo, a la sala de lectura donde Enrique me esperaba, a veces con un par de quesadillas, leyendo el periódico.
leyendo la columna de una chica que estaba en Bagdad que iba contando todos los días el conflicto. Me impresionó que hubiera alguien más interesado por lo que estaba pasando al otro lado del océano en mi ciudad. Desde los tiempos de la universidad solo hablaba de ello con Serena, mi mujer. A partir de aquella vez, Serena me despedía en la biblioteca y yo iba, casi corriendo, a la sala de lectura donde Enrique me esperaba, a veces con un par de quesadillas, leyendo el periódico.
Enrique nació en Ciudad de México hace 75 años, llegó a California en 1988 con su mujer y sus cuatro hijos. Había estudiado en la universidad y era profesor de ciencias. Encontró pronto un trabajo como profesor en mi ciudad, su inglés es bueno, aunque nunca se ha esforzado en esconder su acento mexicano. En los diez años que llevamos siendo amigos, Serena y yo ya hemos ido cinco veces a México, nos lo sabemos casi de memoria.
Enrique perdió a su mujer hace cinco años, tres de sus hijos viven en San Diego, y el más pequeño está trabajando en Chicago, pero le visitan muy a menudo. Desde hace dos o tres años, ya no me acuerdo, está viviendo en casa, con nosotros. Es un muy buen amigo, nunca le estaré suficientemente agradecido al New York Times.
Ahora Enrique vive en el hospital, lleva tres meses luchando contra una enfermedad que tiene un nombre muy raro, pero nunca pierde su buen humor.
Seguimos leyendo el periódico todas las mañanas.
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