El otro día pensé que debería dejar de viajar. No es sano. Luego me enamoro de todas partes y nunca tengo tiempo ni dinero para volver. Es una droga. Como si me gustara lo mal que lo paso embarcando, haciendo la maleta, que si no sé llegar al sitio, las pilas de la cámara que me la juegan con la low battery que tanto les gusta... Pero cómo se disfruta cada atardecer a las orillas de cualquier río, la risa de la persona a la que conoces, la canción que escuchas al pasar por aquel restaurante, los billetes de tren, metro o tranvía que guardas religiosamente en la cartera, los paseos bajo una lluvia inesperada o los calores bajo el sol en cualquier plaza vacía. Los colores de cada ciudad. Los hombrecillos de los semáforos. Aprenderte el nombre de las calles... Pero repito no es sano, luego toca volver. Empaquetarlo todo de nuevo. El momento en el que parece que los calcetines se reproducen porque la maleta no cierra. Despedirte de cada piedra, de cada nombre. Nadie (y siempre lo digo) te dice que vayas a volver.
Es repetir un adiós y temer siempre el hasta luego. No es sano pero, lo necesito. Soy una adicta, lo siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario