Amanecía en Londres. Los niños seguían dormidos y él respiraba bajo el edredón. Cogiste el pincel y una lámina. Bajaste de puntillas al inmenso verde del jardín. Luchaste entre la maleza para hacerle sitio al caballete. Te colocaste un moño del revés e impregnaste el lienzo de recuerdos, azules y amarillos. La génesis del cuadro era un mal sueño pero terminó en un derramamiento de añoranzas. Madrid palpitaba en tu alma y Londres te seducía con sutileza. Tu capacidad de plasmarlo todo en dos trazos bien definidos te relajaba, te daba fuerzas, como una oración, para enfrentarte a un día más.
El sol se escondía pícaro tras el horizonte y tu besabas mejillas bilingües mientras recordabas que habías olvidado el caballete en la llanura.
- Good night cariño.
- Good night Mami.
Te abrochaste maternalmente la bata dejando algún botón suelto o porque estaba roto o porque así, a medias, a él le gustaba más.
- Darling, voy a por el caballete que me lo he dejado fuera esta mañana.
- No, lo he recogido yo, ¿quieres volver a Madrid una temporada?
- Lo hecho de menos, me gustaría ver a Inés.
- Tengo billetes para esta primavera.
- Pero adoro Inglaterra ¿eh?
- Y yo tus pinturas, Isabel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario