Nos habíamos sentado en la plaza del Capitolio a comer pipas. Antón estaba muy lejos hablando con su hermano Rafael. Yo no dejaba de pensar lo mal que lo había hecho. La princesa no se rebaja a suplicar nada, sino te hace caso es porque no quiere, ya está.
- Allegra, puedes venir un momento. Tengo que hablar seriamente contigo.
Antón estaba detrás de mi. ¿Seriamente? No, yo no esperaba un seriamente.
- Si, claro...
Empezamos a dar vueltas entorno a la estatua que está colocada en medio de la plaza.
- Dejame en paz ¿quieres?
- Pero, ¿yo qué he hecho?
- ¿Cómo que qué has hecho? Deja de escribir cosas estúpidas, deja de mirarme así, deja de enviarme mensajes...
- ¿Escribir?
- Venga ya Allegra, no lo negarás. El artículo que publicaste en la revista de la academia.
- Escribo lo que me da la gana.
- ¿Por qué escribiste eso?
- Me sentía mal, tenía que desahogarme. Además tú nunca lees esa revista.
- Ya pero me dijeron, "Eh Antón, Allegra ha escrito una cosa en la revista que quizá te suene" ¿No crees que es suficiente?
- Lo siento...
- Si no te he contestado, si no he hablado contigo, si no te he hecho ver nada, es porque no quiero. No porque no me atreva, sino sencillamente porque no. No eres la persona que siempre he imaginado. Además tienes esa concepción del mundo que lo complica todo.
- ¿Qué dices?
- Si tú forma de pensar. Tan ingenua, tan irracional, tan arcaica... tan veramente italiana. Allegra no soy... Déjalo ¿vale?
- Lo siento Antón, lo siento mucho. Pero la gente decía cosas que... No sé me hicieron pensar... He sido una imbécil y tienes toda la razón, saldré de tu ida como si nunca hubiera estado en ella.
- Tampoco es eso, quiero ser tu amigo Allegra, nada más.
- Ya, pero yo no lo soportaría...
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