- Eros, metti un coke per favore.
- Principessa, come te provano oggi?
- Bene.
Sol. Sol constante y maravilloso.
- Viola, tutto bene?
- Guido!
En ese momento no me di cuenta, pero estaba enamorado de mi. Seguía todas mis visitas, se sabía el arte de Roma de memoria, era el único que hacia preguntas, hablaba japonés perfectamente, era profesor de piano en el conservatorio de Roma.
- Ho amato la Piazza del Campidoglio oggi, bella come sempre.
- Grazie.
- Los días que no puedo ir le pido a uno de tus japonesitos que me diga como ibas vestida y me lo imagino. Roma, el sol, tú colocándote distraídamente el pelo mientras se te saltan las lágrimas al explicar por decimoquinta vez en el mes cómo esculpió Miguel Ángel la tumba de Julio II.
- Guido...
- Se Viola, ti amo. Grazie a Miguel Angelo ti amo.
Entonces como si estuviese delante de una de las Piedades, empecé a llorar, y poco a poco me acerqué a él. Le cogí de la mano y atravesamos la Piazza Navona mientras nos santiguábamos ante Santa Agnese.
Te prometo que me alucina lo bien que escribes. Sois una joya de hermanas.
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