Al verla me acordé de todas las veces que la había mirado. A veces de reojo, en el bullicio de una tarde ocupada, o al querer coger un lápiz del bote que quedaba detrás de la pantalla del portátil. Otras, sin embargo, no empezaba la tarea sin mirarla y decirle algo, pedirle la ayuda necesaria para realizar aquello que tocaba en ese momento. Habían sido tantas las ocasiones en las que me había acompañado su gesto tranquilo, que el momento de conocerla fue cuanto menos especial. Al estar allí, delante de ella, frente a frente, por primera vez después de tantos años, me invadió una gran paz, seguida de una admiración incalculable que desató alguna lágrima. Enseguida, reponiéndome del momento de debilidad, cogí mi teléfono y me puse a sacarle fotos, buscando el ángulo que consiguiera captar su naturalidad, cada trazo de su rostro, cada detalle, cada matiz. No sabría decir con exactitud cuántos años he rezado mirando su imagen, cuántas causas ha intercedido por mí, cuántas horas ha logrado alargar para que me diera tiempo a hacer aquello que me quitaba el sueño. Me costó despegarme de ella, darme la vuelta y pasar a otra cosa. Me sentí traidor al darle de aquella manera la espalda. Yo solo la podía mirar en una barata impresión a color que había en mi mesa de trabajo, y allí la tenían marcada en dorado y con la mejor luz. ¿Cómo no iba a quedarme, para siempre?
traduciendocadapalabrademivida
levantarte cada día con una historia nueva
viernes, 25 de febrero de 2022
miércoles, 28 de octubre de 2020
Último
Recorrí las arrugas de su frente con el dedo, seguía dormida. El médico había dicho que es lo que más le convenía, descansar. Al mirar de nuevo los surcos que recorrían su rostro me vino a la cabeza el recuerdo de verla joven, en su cuarto de baño echándose rápidamente una crema por la cara; estaríamos llegando tarde a algún sitio. Me acuerdo de pedirle que me echara a mí también, entonces ella me colocaba dos pegotitos en los mofletes y me sonreía mientras decía que éramos iguales. Cuando le pedía ponerme sus pendientes se preocupaba un poco más.
Creo que es la persona a la que más he querido, con mi padre, claro. Pero por mi madre es algo distinto, supongo que es lo normal, son relaciones diferentes, no vamos a sentir lo mismo. Estando allí, vigilando su sueño, quizá uno de los últimos, di gracias por todas las noches que ella me acompañó en el mío, desde el minuto cero. Entonces sentí la necesidad de abrazarla como ella lo hacía, de recordarle que no estaba sola, que estaba allí con ella. Cogí su mano y la besé, quizá más fuerte de lo que quería, puede que intentase despertarla para que habláramos. Deseaba verle los ojos, sus ojos verdes como las aceitunas. Solo necesitaba unos días más, para estar con ella, no estaba preparado para dejar que se fuera, no todavía. Se me antojó pensar que a lo mejor nos dejaran ir a dar un paseo juntos, nuestra última aventura. De pronto empezó a toser y se despertó, al verme se le dibujó una sonrisa, dulce y grande, como ella era.
- Te voy a echar de menos, mi vida.
- Y yo, mamá.
- No dejes que esto te quite ni un minuto de vida, yo me voy pero te dejo para que sigas dándolo todo, como tú y yo sabemos... Es duro irse, ¿sabes? Pero en el fondo de mí lo quiero, estoy deseando abrazar otra vez a tu padre.
-Ay, mamá, y él te está esperando seguro, pero quédate un ratito más conmigo, para que hablemos, y luego te vas. ¿Te parece?
- Me parece...
Fue nuestra última conversación, nunca me alegraré demasiado de habérselo pedido.
martes, 5 de mayo de 2020
Focaccia
- No, lo típico, pimienta, sal y orégano creo, ¿por?
- Entonces no le gusta cocinar.
- ¿Cómo lo sabes?
- A un tío que le gusta cocinar, nunca le sobran especias. ¿Y me dices que solo tenía sal y pimienta? Te ha mentido. Seguramente la focaccia de ayer se la hizo su hermana y te dijo que la había hecho él. Por impresionarte. Ya sabes, los tíos son así.
- Qué dices, toda la casa olía a esa focaccia, como si llevara toda la tarde haciéndola.
-No se tarda tanto en hacer una focaccia...
-Me da igual, el caso es que la había hecho él. Seguro.
-¿Quieres que miremos las especias que lleva una focaccia?, que a lo mejor es solo un poco de sal y pimienta, ¿eh? Ja ja ja...
-En serio, ¿crees que es ese tipo de tíos, de los que mienten para quedar bien? Qué tonta soy. Pero oye, en el fondo, si lo ves como una mentira piadosa, lo está haciendo porque le gusto de verdad y quiere impresionarme, ¿no? Como si pensara que soy mejor que él o algo, como si me admirara.
-Ni idea, el caso es que yo no saldría con un tío que no es capaz de decir que ha pedido comida para llevar porque es un negado en la cocina. No me imagino a Tony diciéndome que ha arreglado el solo el mueble del salón, cuando en realidad se lo ha hecho su primo porque él no diferencia un destornillador de una tuerca. Me decepcionaría. Además, ¿qué más dará que no sepas cocinar?
-Solo quieres que deje de verle porque no se acordó de tu nombre el otro día...
-Piensa lo que quieras. La verdad es que te ha mentido...
-¡No me ha mentido! Todo esto es porque tú dices que alguien tiene que tener un arsenal de especias para poder decir que ha hecho una simple focaccia rellena...
Al final la focaccia era de un italiano de debajo de su casa, no sé cómo no caí al verlo. El caso es que por orgullo no se lo dije a mi hermana hasta meses después, cuando ya me di cuenta de que aquel tipo no me quería de verdad. Solo necesitaba ir acompañado a las fiestas y saber que podía llamar a alguien cuando no tenía nada que hacer. Una auténtica decepción, pero de esas se aprende.