A la hora que el sol despuntaba en el horizonte ella abría la tienda, repleta de confites y bombones. A la hora que los chicos iban a la escuela no pasaban más que abuelas para rellenar los botes. Esos botes de dulces que siempre hay en casa de las yayas.
Pero ese día era distinto para Eloísa, llegaría alguien que se daría cuenta de que ella estaba allí, de que era ella quien elaboraba con cariño los confites y dulces. Normalmente la gente entraba, elegía, pagaba y salía comiéndose el dulce.
Entró a las doce y cuarto. La miro fijamente y le dijo: Eloísa, ¿te acordás de mi? Ella se quedó perpleja mirando al joven que la hablaba: ¿Yo? ¿vos me estás hablando a mí? - Sií linda a vos, a la niña de los caracolitos rubios, a la niña de la casa hermosa, de los ojos claros, de la cara bonita. - Vos, ¿crees que soy linda? - Muy. - Seguramente me conocés de la época que vivíamos en el centro mismo de Buenos Aires, cuando éramos ricos y mi papá llevaba la confitería mas hermosa de toda Argentina. Hoy día solo tenemos esta esquinita de la calle Rosas. Ya ves, es lo que hay. - Menudo papelón que te montaste vos solita, seguís igual de linda, igual de inocente y me gustás igual que cuando tenías dinero. ¿Oíste? Así que secáte las lágrimas y ponéme unos dulces de esos, los de menta.
Al cogerle la bolsa, le rozó la mano, casi sin tocarle, con cariño.
El día siguió su curso habitual a las cinco la confitería se llenaba de niños y Eloísa atendió con paciencia la jauría. Confitería ideal.
Si los dulces los vendieran gente tan dulce y luego escribieran su historia gente tan....hahahah...Que tiempos aquellos..
ResponderEliminarsiempre recordando cosas, eh.
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