Típico día antes de las vacaciones de Navidad. Te sientes rara, todo el mundo queda pero tú no puedes o la gente se va de vacaciones. Es nostalgia por un tubo. Pensaba en eso mientras metía el vergonzoso boletin de notas de este trimestre. Bajé las escaleras hablando con Melix. Un poco más alante bajaba Rafa con Daniel. Él se iba de vacaciones.
No la puedo dejar escapar me voy todas las Navidades, no tendré ninguna excusa para llamarla y no creo que pueda conectarme a Internet. No la puedo perder. ¡Ana!
Me giré, ¿me estaba llamando Daniel?
-Ven un momento, sube conmigo.
Subimos las escaleras corriendo hasta el segundo piso, donde estaba nuestra clase de primero.
La llevé al fondo del pasillo al lado de la clase de Arte, donde nadie nos viera.
- Ana, en este piso me enamoré de ti.
Ella se quedó sin palabras mirándole fijamente, se limitó a traducir sus palabras a un beso.
No le iba a volver a ver, me había ido. Había cruzado las fronteras y me encontraba en territorio alemán. Doblando camisetas del H&M en pleno Berlín del este. Desde el primer día que llegué a Berlín me escribía unas letras. Llevaba un mes y medio leyendo sus mensajes con ilusión, una noche abrí el mail descuidadamente, y con Diana Krall de fondo leí:
Gabriela, llego mañana al aeropuerto de Berlín a las 10.20. No sé mucho alemán así que si vienes a recogerme te lo agradecería. Besos
Jorge
Ljsdhjkhwjrkfhvuiwdfhnhoiurfh!?!?! Mañana. A las 10.20. Mañana. Besos, Jorge. Que le recoja, yo. Mein Gott!!
Recordó la vez que se conocieron ella estaba sentada en el banco, en frente de la Iglesia del Buen Suceso comiéndose un sándwich mientras estudiaba arte. Él se había sentado en las escaleras de enfrente a leer, mientras esperaba a su hermano que salía del conservatorio. Ella levantó la vista, le vio y la bajó rápidamente, el arte bizantino, Picasso, Kandinsky, Casas, Mirón…
Él la vio sentada con sus Converse amarillas y los rizos negros cayéndole por la frente. No dejaba de mover las rodillas, estaba nerviosa, tendrá un examen pensó. Siguió leyendo a Waugh si dejar de observarla. No dejaba de moverse le hizo gracia como se iba poniendo roja.
- ¿Te encuentras bien?
No supo que hacer. Se hizo la sueca.
- Perdona, ¿te encuentras bien?- dijo acercándose a ella.
- ¿Eh? Si, si ¿por qué?
- No se estás más roja que tu carpeta...
Ella no pudo evitar reírse. Eso le relajó.
- ¿Roja? ¿Yo?
- Si tu como un tomate. Me llamo Jorge, encantado.
- Yo soy Gabriela.
- ¿Qué estás estudiando?
- Historia del arte. ¿Y tú?
- Estaba leyendo a Evelyn Waugh, “Decadencia y caída”, ¿a quién esperas?
- En realidad a nadie, me gusta estudiar aquí vivo cerca y eso… ¿Y tú?
- A mí hermano. En diez minutos sale del conservatorio.
- ¿Qué toca?
- El chelo. ¿Me acompañas? Te vendrá bien descansar un poco de Tiziano.
- No me cansa, pero si, prefiero distraerme un poco.
Así que se encaminaron hacia la calle Ferraz.
- ¿Dónde vives?
- Aquí al lado en Plaza de España. ¿Y tú?
- No tan al lado, en García Paredes, por Gregorio Marañón.
- ¿Y tocas algo?
- Toqué en su día el piano pero lo deje al empezar la carrera, un desastre pero bueno…
- ¿Qué estudias?
- Clásicas.
-¡Qué dices! No soporto el griego… ¿Y que tal lo llevas?
- Yo diría que bien…
Así de pregunta en pregunta fueron conociéndose.
¡Dios mío! ¿A qué vendrá? ¡Hasta Berlín! Por fin se durmió. Hasta en la oscuridad del apartamento se ponía roja solo de pensar que mañana él estaría en el aeropuerto.
Empezó a sonar Revolution y se puso en pie, ¿Qué me pongo? Tras largas deliberaciones resolvió ponerse unos vaqueros, las deportivas negras, un jersey y moño de pelo mojado. Salió corriendo al tren y llegó al aeropuerto a y cinco.
Estaba sola en la sala de espera del pequeño aeropuerto. Me senté al lado de una familia de italianos que esperaban a la Mamma según decían. En frente tenía a un joven delgado de pelo rubio que escuchaba a todo volumen Pink Floyd- Money. El avión que venía de Madrid se retraso diez minutos. Me empezaron a temblar las rodillas como aquella primera vez.
Le vio salir con la maleta buscándola como un loco por toda la sala. Sus miradas se encontraron, me acordé sin querer de Love Actually, Only God knows, él se acercó corriendo.
- Ya estoy aquí, en Berlín.
-¿A qué has venido?
- ¿Cómo que a qué he venido?
- A ver, di.
- Gabi, Gabriela, ¿quieres salir conmigo?
- ¡¡Pensé que no lo dirías nunca!!
Le abrazó como si fuera la última vez que le fuera a ver.
- Te quiero. En Berlín o en la calle Princesa, aunque preferiría que estuvieses en la calle Princesa….
- Tonto, Berlín te va a encantar, y solo es por un año…
- 365 días Gabi, 12 meses eso no es sólo un año, es más. Así que el año que viene vuelves a Madrid y empiezas de una vez la carrera.
- No empieces exigiendo que yo llevo esperándote seis meses...
Entraban corriendo con el moño tenso y bien hecho. Salían riendo cantando y recordando los pasos nuevos que habían aprendido. Al entrar en el edificio se veían unas largas escaleras que daban a un pasillo lleno de aulas. En el aula había por lo menos catorce niñas. Todas de rosa saltando serias y concentradas. Aquel maravilloso concierto iba dirigido por una mujer de mediana edad con el mismo moño que las jóvenes y con una sonrisa que a veces se transformaba para dar alguna corrección severa. En el vestuario se oía hablar francés, cintas, medias, maillots, pinzas, horquillas, laca… Strauss, formaba parte del maravilloso panorama que disfrutaba cada día en la Royal Ballet de Londres. Tenía trece años y sabía que algún día sería bailarina. Bailaría para hacer llorar, reír y bailar a la gente de todo el mundo. Consagré cada domingo a sacar bien el instituto, a hacer reír a mamá y a jugar con Samuel. El resto de la semana era para el rosa, la música, los assamblés, los pas de buré, los tant levés, las posiciones y la dichosa pirueta. Salí al escenario y vino a mi mente el día que dije que sería Giselle alguna vez. Ahí estaba yo delante de un público germano capaz de apreciar todo el esfuerzo que yo había hecho para bailar Giselle para ellos. La música fue llevando mis pies, levantando mis rodillas, moviendo con agilidad mis brazos, balanceando mi cuerpo y haciéndome ver que lo que hacía era belleza, era ballet.
-Lidia, que no me muera sin conocer Italia, hazme el favor.
La primera vez que me dijo eso, cogimos la Vespa y nos fuimos a Italia. Roma, Venecia, Milán, Florencia. Nos gustó tanto que nos casamos allí en una pequeña iglesia de Sicilia. Nos compramos una casita a la orilla del mar. Éramos felices, el sol salía y bañarse en el mar siempre apetecía. A los dos años nos compremos unas bicicletas, la de Pedro tenía una sillita donde llevábamos a Sofía.
Celebramos el primer cumpleaños de Elena en la playa. Ya conocíamos a más gente. En la comunión de Sofía, Rafael no dejó de chillar: ¡ay! Sophia Sophia sera nostra fantasia... Éramos felices. Cuando Sofía iba a empezar la universidad nos mudamos a Roma. Arquitectura. La nostra casa in cima al mondo, Miguel nació allí. Elena quería conocer Madrid le gustó y allí se quedó trabajando en un colegio, era profesora de italiano. Sofía siempre vivió cerca de su querida Sicilia, era la que más había vivido allí, diecisiete años, ricorda…
Rafael y Miguel eran puros italianos, como yo siempre había querido. Pedro quería que fueran pintor y escultor y que sus nombres fueran recordados siempre, siempre tan soñador. Rafael trabaja para la embajada en Praga y Miguel vive en Roma, es policía. Somos y éramos felices.
Aun así habiéndose recorrido Italia entera me sigue diciendo desde la cama:
- Lidia que no me muera sin conocer Italia, hazme el favor.
Hoy se ha despertado de buen humor pero no se mueve de la cama.
- Lidia, ven.
- Dime amor mío.
- Dime los nombres de tus hijos, despacio.
- Sofía, Elena, Rafael y Miguel.
- Me gustan. Y en sus caras son más bonitos todavía- me dijo sonriendo con aire melancólico-cómo se reía Elena al ver saltar las olas en Sicilia, sólo tenía cinco años. Sofía siempre me hacía unos dibujos preciosos, y nunca se creyó que su Sicilia fuera una isla, le daba miedo, ¿te acuerdas?
Yo no dejaba de llorar se me saltaban las lágrimas solo de recordar cómo me dijo que me casara con él, ese hombre que evocaba con admiración a mis hijos, nuestros hijos.
- Rafael está muy lejos, en Praga. Mi niño, mi soldadito de plomo. Y ahora Miguel es policía en Roma, la eterna Roma. Lidia, vida mía. Menos mal que he conocido Italia, contigo, ahora me puedo morir. Qué pena que no estemos en Venecia, sino quedaría mejor. Muerte en Venecia.
Se tumbó y empezó a cantar suavemente.
- Questa piccolosima serenata….el enamorato a la enamorata…le susurrera…le susurrera…
Sonrió, me soltó para siempre la mano. Una lacrima sul viso…