Llevo toda la semana escuchando como un perro gime angustiado en el patio del edificio de la oficina. Empieza un poco después de las 9:30, cuando llego yo, siempre tarde. A veces, comentamos "pobre perro", "habría que ver qué le pasa"... A mí se me ocurren mil cosas, puede estar muerto de hambre, de sed. Puede que su dueña se vaya pronto, y se quede solo hasta las 8:00 que vuelva cansada del trabajo, y solo le dé tiempo de sacarle 10 minutos por el barrio. Escuchando al perro, se me ocurría también pensar en cuántos de nosotros no estaremos así por dentro: solos, muertos de sed de algo más, deseando salir de donde estamos. Llevo 4 años encerrada en estas cuatro paredes; desde hace 2 meses, me reservo los martes por la tarde para buscar otro trabajo. De vez en cuando, me llegan ofertas maravillosas en Nueva Zelanda, en Italia o en Chile, y envío mi currículum corriendo, emocionada. Llego a casa y se lo comento a Lucas, y nos ponemos como tontos a pensar en cómo serán las casas en Nueva Zelanda. Y quizá nos dura un par de días mirando precios de vuelos para allá, hasta que una semana después recibo un mail de "disculpa, hemos encontrado ya un candidato para el puesto, suerte en tu búsqueda" y sientes cómo se apagan las luces de la casa, con otro acento, como gimiendo de hambre, de sed de algo más. Pedimos todos los días que se cumplan los sueños que teníamos, y a veces, cuando dejo de quejarme, cuando tengo un día bueno, miro a mis hijos y entiendo que mi sueño está cumplido. Miro a Lucas, y entiendo que lo tengo todo, todo lo que siempre soñé. Se trata de no hacer de tu vida el trabajo, sino de saber que lo fundamental, lo que hace que tu corazón no deje de latir es la sonrisa de Gloria al llegar a casa, o la satisfacción de Marcos cuando ha terminado los deberes. La alegría de mi marido al despertarse a mi lado cada mañana.
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Ayer descubrimos que el perro vive en el 5º, parece que está solo, a su dueño han debido darle un trabajo en Nueva Zelanda y se ha ido a cumplir sus sueños.
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