Me miré al espejo e intenté sonreír. Me coloqué el mechón que se me cae sobre los ojos, detrás de la oreja. Mis manos eran las mismas. Mis uñas, largas y rotas, habían crecido, como mi pelo. Empecé a llorar, no sé por qué, pero no podía evitarlo. No era alegría ni tristeza, era nostalgia por algo que ya no tenía. Sin embargo, volví a mirar al espejo; estaba viva. Mis uñas y mi pelo eran prueba de ello. Las lágrimas casi secas sobre mi cara eran la puerta hacia una nueva vida. Ya no lloraría en mucho tiempo. Ahora tocaba reír y soñar; volver a soñar que soy capaz de hacer cosas grandes. Me recogí el pelo y me lavé la cara. Sabía que había pasado, la tormenta de la que todo el mundo habla. Creo que ya he vivido un poco de lo que será mi vida, creo que he aprendido.
Salí al jardín y respiré dejando escapar las últimas lágrimas que mojarían mi sonrisa. Me sentí agradecida, por la nueva curiosidad que inundaba mi corazón.
Qué bonito Inés! Me mueve :). Un abrazo!
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