Sabía que no era verdad. Sabía que tus palabras no eran más que frases hechas, que todo lo habías ensayado religiosamente frente al espejo esa mañana. También supuse que las flores que traías eran del jardín de tu vecina, Rosie. Pero cuando entraste con la cara de desesperación, la voz entrecortada y aquellas margaritas silvestres pensé que te lo merecías. Y entonces te besé, si, no te dejé apenas soltar el discursito de 'mira es que ayer no pude llamarte, mis padres.... ya sabes como son mis padres ¿no?...'
Porque no hacen falta flores, ni excusas ni nada de todo eso para hacerme ver que tú me quieres y que sientes ser el desastre de persona que eres. Pero a mí es precisamente ese caos único tuyo lo que me convence de que eres tú con quien deseo despertarme cada mañana, con quien deseo soñar tirada en el césped, con quien quiero vivir cada alegría y desgracia que me depare el futuro, con quien quiero dar gracias por todo y pedirlo todo también.
- Así que no vuelvas a arrancarle las margaritas a la pobre Rosie y no olvides llamarme mañana porque a lo mejor todo esto se me ha olvidado.
- Eres maravillosa, ¿lo sabías?
- No, pero me gusta que lo creas...
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