Se llamaba Antonio, si Antonio Velasco. Pasaba todas la tardes por delante de mi casa montado en su scooter roja. Al pasar por nuestra cuadra dejaba una rosa encima de mi ventana y se perdía entre la marabunta de coches que asomaban calle arriba.
A mi él siempre me gustó, me encantaba el detalle de dejar la rosa encima de la ventana sin decir absolutamente nada. Pero cuando ya de noche me arreglaba y bajaba al pueblo a ver... Allí estaba él, el chico más guapo del lugar platicando con el resto de niñas. Traidor, la rosa siempre me olió amarga.
Él les soltaba frases hechas que hacía que ellas se derritiensen como bombones al sol.
- Dame un par de noches y te amaré.
- Dame una sonrisa y no te olvidaré.
Esas cosas que a mí me ponían bien nerviosa. Pero un día corrió a mi casa, sin la scooter y sin esos aires de caballerote rompecorazones y me dijo:
- Hey linda, perdóname que tú sabes que yo..
No le dejé terminar, le quise. Aún le quiero.
No es que me guste! es que me chifla!
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