Cuanto más sabía, más sufría. Prefería dejar de escuchar historias porque temía que en algún momento de mi vida tomaran parte de mi día a día, temía ser protagonista de alguno de aquellos terroríficos relatos. Pocas veces llegaban buenas noticias a casa, y si llegaban, ya estaba allí mi tía Milly para llenarlas de desgracias. Por eso, decidí taparme los oídos para poder guardar algo de memoria para mis alegrías, para las demás cosas ya tenía demasiada memoria como para someterme voluntariamente a otra tragedia. No, gracias. Sin embargo, ayer por la noche escuché sin querer a mi hermano que hablaba por teléfono con un amigo. El amigo en cuestión, Joel, vivía desde hace unos años solo en un estudio en Bruselas. Mi hermano le repetía que hablase más con su madre, que no hiciera lo que siempre dijo que no haría, que no se dejase llevar por lo que 'todo el mundo hace'... Quería taparme los oídos, no escucharlo, pero me vi reflejado en Joel, imaginé su voz desesperada, su conciencia atormentada y la soledad profunda de su alma. Esta vez yo ya había vivido la historia. Así que, dejé mi libro, abrí la puerta de la cocina y me acerqué a mi hermano.
- Dile que se acerque a la iglesia más cercana, que llore lo que tenga que llorar y que empiece de nuevo. Que no le dé más vueltas, y que si lo hace pronto, es fácil reencontrarse.
Parece que Joel me había escuchado desde el otro lado del teléfono.
- Dice que gracias, que es lo que su madre le habría dicho.
- Bueno, y dile que te haga caso en lo de llamar a su madre.